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El día de hoy, no es más fácil que el ayer. Desperté de un sueño terrible, con los ojos todos húmedos. Al parecer la pena de mi sueño traspasó los umbrales de la fantasía hasta llegar a la realidad de mi cama, a mi rostro. Ella, Ella, Ella... fue todo en lo que pensé a lo largo de la noche. Sé que esto pasará, que la olvidaré o, por último, el dolor se aliviará. Pero que hacer mientras, que hacer cuando no me la puedo sacar de la cabeza.
Recuerdo el día en el que me di cuenta que mi cariño no era el de un amigo. Estábamos en Algarrobo. Una amiga tomó el riesgo de invitar a 11 personas a su casa en la playa, cuando solo la dejaban invitar a cinco. Entre esas personas estaba ella, y lógicamente yo. Ese viaje fue perfecto, cual película americana. Todo era risas, fueron unas vacaciones llenas de anécdotas, donde las amistades se afiataron más que en años de conocernos, fue un grupo perfecto, no faltó ni sobró nadie, éramos nosotros al fin, sin más nadie que perturbara la casa, una casa que ese verano se transformó en nuestro mundo perfecto. Pensar que solo fueron tres días.
En fin, después de una espectacular sesión de fotos en la terraza de la cabaña, y de eróticos bailes alrededor del poste de la hamaca, todos empezaron a dispersar la reunión. Se sentaron a jugar cartas en el living, fueron a dormir a sus piezas o conversaban en algún lugar por ahí. Fue cuando, antes de entrar a la cabaña, la vi a Ella cabizbaja, sentada sobre el borde de la terraza, con la vista perdida en la muralla que se encontraba frente a Ella. Yo me acerque con un toque humorístico, sin reacción positiva. Ahí es donde sale todo lo amoroso en mi, verdaderamente no soy una persona que escoja bien las palabras para decir las cosas. Terminé diciéndole puras pavadas que terminaron en llantos. Que lamentable que tengan que llorar frente a uno para darse cuenta de que la estás cagando. Se me rompió el corazón, la oculté del resto y la invité a bajar hacia la piscina para conversar y buscar juntos la forma de salvar el mundo. Así me contó sus problemas con su pololo, y con sus amistades, y yo le pude dar consejo y decirle “Todo va a estar bien”, esperando convencerla con mis palabras. En ese preciso instante de vulnerabilidad de ella, y de sentimientos encontrados, fue cuando no podía pensar en otra cosa que abrazarla y besarla largamente. Solo una vez había sentido eso por ella antes, pero fue solo un segundo. Ahora ese segundo era eterno, los dos estábamos callados mirándonos, ella al fin tenía una sonrisa en su cara, y mi mano se paseaba cariñosamente por su mejilla. La abrasé, comiéndome todas mis ganas y volvimos a subir. A partir de ese día jamás la vi como antes.
¡Vamos hombre!. Levanta las tapas de tu cama que debes ir a desayunar, ya es bastante reflexión mañanera, aunque sean ya las una de la tarde.
Recuerdo el día en el que me di cuenta que mi cariño no era el de un amigo. Estábamos en Algarrobo. Una amiga tomó el riesgo de invitar a 11 personas a su casa en la playa, cuando solo la dejaban invitar a cinco. Entre esas personas estaba ella, y lógicamente yo. Ese viaje fue perfecto, cual película americana. Todo era risas, fueron unas vacaciones llenas de anécdotas, donde las amistades se afiataron más que en años de conocernos, fue un grupo perfecto, no faltó ni sobró nadie, éramos nosotros al fin, sin más nadie que perturbara la casa, una casa que ese verano se transformó en nuestro mundo perfecto. Pensar que solo fueron tres días.
En fin, después de una espectacular sesión de fotos en la terraza de la cabaña, y de eróticos bailes alrededor del poste de la hamaca, todos empezaron a dispersar la reunión. Se sentaron a jugar cartas en el living, fueron a dormir a sus piezas o conversaban en algún lugar por ahí. Fue cuando, antes de entrar a la cabaña, la vi a Ella cabizbaja, sentada sobre el borde de la terraza, con la vista perdida en la muralla que se encontraba frente a Ella. Yo me acerque con un toque humorístico, sin reacción positiva. Ahí es donde sale todo lo amoroso en mi, verdaderamente no soy una persona que escoja bien las palabras para decir las cosas. Terminé diciéndole puras pavadas que terminaron en llantos. Que lamentable que tengan que llorar frente a uno para darse cuenta de que la estás cagando. Se me rompió el corazón, la oculté del resto y la invité a bajar hacia la piscina para conversar y buscar juntos la forma de salvar el mundo. Así me contó sus problemas con su pololo, y con sus amistades, y yo le pude dar consejo y decirle “Todo va a estar bien”, esperando convencerla con mis palabras. En ese preciso instante de vulnerabilidad de ella, y de sentimientos encontrados, fue cuando no podía pensar en otra cosa que abrazarla y besarla largamente. Solo una vez había sentido eso por ella antes, pero fue solo un segundo. Ahora ese segundo era eterno, los dos estábamos callados mirándonos, ella al fin tenía una sonrisa en su cara, y mi mano se paseaba cariñosamente por su mejilla. La abrasé, comiéndome todas mis ganas y volvimos a subir. A partir de ese día jamás la vi como antes.
¡Vamos hombre!. Levanta las tapas de tu cama que debes ir a desayunar, ya es bastante reflexión mañanera, aunque sean ya las una de la tarde.